lunes, 31 de octubre de 2016

Anexo a la semana del libro de culto: Diccionario de literatura para esnobs, de Fabrice Gaignault

Idioma original: francés
Título original: Dictionaire de Littérature à l'usage des snobs
Año de publicación: 2009
Traducción: Wenceslao Carlos Lozano
Valoración: muy recomendable para aspirantes a esnobs

Otra cosa no, pero en este blog somos de lo más esnob para esto de los libros. Por ejemplo, hemos tenido a uno de nuestros galeotes compañeros leyendo día y noche, para poder reseñarlos, todos los volúmenes de En busca del tiempo perdido , sólo por haberlos escrito el santo patrón de los esnobs literarios (quién apunto al respecto que "el esnobismo es una grave enfermedad del alma, pero localizada y que no la echa del todo a perder"). Además, ¿no acabamos de dedicar una semana al libro de culto?; categoría que, si bien no es equivalente a la de la literatura para esnobs, en más de un caso pueden coincidir; ahora bien, que un libro devenga "de culto" es consecuencia de una obsesión genuina, sospecho, ya sea individual o tribal, mientras que el esnobismo literario por definición es más superficial... o mejor dicho, resulta de una voluntad de ser más superficial (según Olivier de Magny: "El esnobismo consiste en un conjunto de prejuicios que un grupo de personas convierte en estrategia para que el resto de los humanos se sienta, eternamente y en todo, carente de elegancia..."), con el objeto de convertirse, siquiera de una forma íntima y hasta secreta, en uno de los elegidos happy-few. En fin, en el prefacio del libro,  Fabrice Gaignault, periodista cultural de una de esas revistas de impronta indudablemente francesa y al que se le supone buen conocedor del tema, se extiende con bastante lucidez al respecto, para concluir que "el esnobismo literario debe tomarse con la máxima ligereza (...). Al fin y al cabo, solo se trata de atribuirse y de inventarse unos códigos un poco más sutiles y refinados que la "lectura de confección" al uso..."

Visto lo cual, lo cierto es que no tiene sentido tratar de engañarnos: en este blog no somos para nada esnobs, como resulta tristemente evidente (¡si hasta hemos reseñado libros de Jorge Javier Vázquez, por el amor bendito!), pero es que este libro en realidad tampoco está destinado a los esnobs, como reza su título completo: Diccionario de literatura para esnobs y (sobre todo) para los que no lo son. Así que tranquilos: en este diccionario , ordenados alfabéticamente, como debe ser, encontramos autores que resultarán prácticamente desconocidos para la mayoría de los aficionados a la lectura, pero también otros muchos que, pese a haber sido adoptados por los esnobs en algún momento, ya han pasado al conocimiento no sé si del gran público, pero sí de los letraheridos o gafapastas de provincias e incluso de pueblo (como un servidor, que conste). me refiero a nombres como los de Von RezzoriRaymond Roussel, Marcel Schwob, Ambrose Bierce o Terry Southern, por no hablar de William BurroughsLovecraftSylvia Plath... Incluso aparecen autores de best-sellers como Harold Robbins o Maurice Dekobra, que sirviera de modelo, según se dice, al personaje de Tintin. En cambio, el único premio Nobel digno de salir en este diccionario es, precisamente, el más desconocido de todos: Winston Churchill (y no sólo por haber recibido ese premio, claro está). Cierto es que la perspectiva del autor del libro es evidentemente francesa, como no podía ser de otra forma y también bastante americano-anglófila, siendo el resto de literaturas del mundo prácticamente olvidadas; como representación en lengua hispana, menciona sólo, aunque ya es bastante, al internacional Max Aub, a la cada vez más reivindicada Silvina Ocampo y a José Carlos Llop, autor que explica su sorprendente inclusión en uno de los prólogos.

Lo interesante de este peculiar diccionario, además, es que no se limita a un mero prontuario de autores poco -o nada- conocidos por la mayoría de los lectores; aparecen también otros artistas (como Andy Warhol o el elegante ilustrador Berdsley), editores y editoriales, célebres revistas literarias (Granta, McSweeney's, Tel Quel), lugares con algún tipo de impronta libresca (el Sendero de Rilke en Trieste, Tánger, el pueblo de Cajarc, en el Lot...). E interesante, además, porque nos permite seguir el rastro a lo largo de sus páginas, como si fueran los ramales de una corriente subterránea, de diversos grupos y facciones literarias; algunos bien conocidos, como el Círculo de Bloomsbury, la famosa mesa redonda del Hotel Algonquin o los Husáres franceses, (derechistas y antiexistencialistas, fanáticos de la frase corta y afilada); otros, sospecho que más fruto de la socarronería del propio Gaignault o de Paul Morand que otra cosa: el Club de los Bigotes Largos -esto es, decadentes finiseculares de segunda fila-, la Escuela de Montana -Norman Maclean o el propio Richard Ford- o los amantes del cuello vuelto, entre otros... Todos estos junto con simbolistas -empezando por Barbey d'Aurevilly pero también el wagneriano y excesivo Joséphine "el Sâr" Péladan- beatniks, vanguardistas de todo pelaje, (vorticistas, el Outlaw Liberation Army...) estetas lunáticos como el baron Corvo, embaucadores canallas como Maurice Sachs, ermitaños de los libros, drogadictos, suicidas...  entre todos van tejiendo un tapiz fascinante en sus claroscuros, en la brillantez o lo desvaído de sus colores, que convierte la lectura y consulta de este diccionario en una sorpresa permanente (sin olvidar sus otros irónicos apartados:

-Diez libros odiados por los esnobs literarios.
-Chuleta imprescindible para ahorrarse pifias monumentales.
-Las diez muertes (más o menos) esplendorosas plebiscitadas por los esnobs literarios.)

Aun a riesgo de que esta reseña resulte demasiado larga, no puedo acabarla sin incluir la entrada correspondiente, cómo no, a "Proust, Marcel: El maestro de ceremonia anuncia a los invitados que han llegado y los que están por llegar, pero tiene la suma cortesía de no extenderse sobre sí mismo (1871-1922)"

Nota final (lo prometo): un libro ilustrado y editado con exquisito gusto, como suele suceder con Impedimenta. Un placer tenerlo entre las manos... y hasta leerlo.




domingo, 30 de octubre de 2016

Semana del Libro de Culto. Robert M. Pirsig: Zen y el arte demantenimiento de la motocicleta


Idioma original: inglés
Título original: Zen and the Art of Motorcycle Maintenance. An Inquiry into Values.
Año de publicación: 1974
Traducción: Renato Valenzuela
Valoración: recomendable (consúmase con moderación)

Si esto no encaja, que me aspen. Dicen de este libro que es en realidad un libro de filosofía. Que el título era una réplica sarcástica a los de muchos libros de cuando en USA se descubrió eso del Zen y el budismo. Su autor (alusiones concretas a esa situación están por todas partes en el libro) fue internado en un psiquiátrico y sometido a electro-shock. Veterano de Corea. Y publica Sexto Piso: los de Gaddis, Barthelme, Von Rezzori y Barth. Vendió, dicen, millones, y su autor solo escribió un libro más, una secuela. Gente de ULAD, amable público, ¡si mi introducción a la semana de culto tiene casi cada requisito a medida para este libro!

Más, claro, algún detalle adicional. Zen... se compone de dos relatos en paralelo, conforme Pirsig (o su alter ego Fedro) van desarrollando. El mundano, pero no tanto, bitácora de ese viaje de padre e hijo (Chris, niño de once años) atravesando estados USA a lomos de una motocicleta, acompañados en un prolongado tramo por John y Sylvia Sutherland, pareja de amigos que van en otra moto: ésta mejor, más veloz. El otro relato es el filosófico, donde Pirsig/Fedro van aportando contrapuntos en clave de interpretaciones sobre los hechos y las reflexiones, todas ellas en clave de filosofía, con la introducción progresiva de conceptos que enlazan lo uno con lo otro: la chautauqua, la Calidad, el Brio, mythos... conceptos que a veces son más digeribles y a veces menos. Porque sí, lo de "Zen" parece una broma, al principio, pero resulta no serlo en absoluto. Y las dos partes del libro (entre las que se inserta como una cuña una tercera, la historia de Fedro como el alter-ego en el pasado de Pirsig, ese que el electroshock ha neutralizado pero que parece palpitar buscando una salida a la luz), se necesitan la una a la otra y no tienen explicación sin esa simbiosis. La cuestión es que la exigencia literaria que nos es propia aquí me haga decantarme a favor de la historia del viaje: del transcurrir de los kilómetros a través de bosques y pueblos, en lo que parece un reencuentro padre-hijo, una especie de reanudación de relación. Porque las digresiones filosóficas son necesarias, justifican el libro y lo complementan, y seguramente aporten un valor adicional que no voy a discutir. Pero en sus casi 500 páginas he notado muchas veces esa necesidad de tomar aire, de abandonar esa reflexión lúcida, pero empantanada a veces, e inasequible, también, para quienes no estén familiarizados con conceptos clásicos de la filosofía, ya no digamos con la incorporación de aspectos de las culturas orientales, tan en boga en los años 60-70 en que tanto los hechos descritos como este propio libro se gestan. Virtud y defecto: el paso de hablar de piezas, de soldaduras, de taqués (esto es un componente del motor de la motocicleta) a espesos conceptos resulta tan fascinante como, a veces, ininteligible. Y a la vez uno no concibe que el libro se decante en un solo sentido.
Otra gente puede hablar de cómo expandir el destino de la humanidad. Yo sólo quiero hablar de cómo reparar una motocicleta. Pienso que lo que tengo que decir tiene un valor más duradero.
Sí. Ese relato de viajes es vívido, fresco, estimulante. Con pueblos, restaurantes, desfiladeros, curvas, asfalto, situaciones que resolver con sentido práctico. Pero la cabeza del padre va avanzando, y su destino parece ser una especie de introspección regresiva.
Lo que ahora tengo en mente es un catálogo de "Trampas para el brío que he conocido". Quiero iniciar un nuevo campo académico, la briologia, en el cual estas trampas estén seleccionadas, clasificadas, estructuradas en jerarquías e interrelacionadas para beneficio de las futuras generaciones y de toda la humanidad.
Wow. No quiero ser malinterpretado. Zen... es complicado y exigente, y es difícil no decantarse por una de sus partes, y es posible que esa elección nos defina como lectores, pues raras veces llegan a combinarse: aparecen de repente en párrafos que van de un sitio a otro.
Está como antes de la llegada del hombre blanco -hermosos ríos de lava, árboles altos y delgados y no hay latas de cerveza tiradas por el suelo-, pero ahora que ha llegado, parece una falsificación. Quizá el Servicio Nacional de Parques debería poner un montón de latas de cerveza en medio de toda esa lava y todo volvería a la vida. La ausencia de latas es desconcertante.
Más que un loable aunque desigual intento de imbuir filosofía a sus lectores, el gran valor de este libro, concretamente de su parte más novelística, es esa indagación en la mente humana. La del narrador, el padre, el escritor, el mecánico, alumno aventajado y profesor rebelde, piloto, redactor y corrector de manuales técnicos, ex combatiente, víctima de pesadillas y recuerdos, hombre reseteado, desconocido íntimo tras casi 500 páginas. En algún momento parecemos ir a bordear la catástrofe, pero en todo momento su diálogo interno, su stream of consciousness, parece ir a imponerse ante cualquier tentación de sucumbir. Zen... (no olvidemos en qué semana estamos reseñándolo) puede no ser una lectura para todos los públicos ni para todos los momentos. Incluso recomendaría alternarla con cosas más "ligeras". Pero merece ser leída, aunque sea para ostentar una posición.

sábado, 29 de octubre de 2016

Semana del Libro de Culto. Salman Rushdie: Los versos satánicos

Idioma original: inglés
Resultado de imagen de los versos satanicos amazonTítulo original: The Satanic Verses
Año de publicación: 1988
Valoración: Muy recomendable


Cuando un producto cultural, de la naturaleza que sea, acumula tantas iras, tantas amenazas, tanta violencia soterrada, tanto peligro latente como esta novela, cuando reúne esa cantidad de detractores, algunos de ellos con el poder suficiente para llevar a cabo lo que prometieron, es de suponer que, recíprocamente, disfrutará de admiradores consecuentes que defiendan y admiren al artista objeto de tanta animosidad. Sobre todo si, como es el caso, esta no tiene ningún fundamento. Y así suele ser casi siempre: la literatura y el arte no son responsables de nada, únicamente señalan aquello que les llama la atención.
Hay otro motivo para asociar Los versos satánicos a la idea de culto, y es que trata de él, precisamente. Al constituir una crítica, más o menos implícita, de lo que representan las religiones en general y, en particular, la musulmana, considero que la expresión va como anillo al dedo a la novela más polémica de Salman Rushdie.
A mí me ha parecido un texto tan hermoso como caótico (en apariencia), inverosímil, alocado, iconoclasta, tal como apunto más arriba, y bastante divertido, siempre que consigamos desentrañar unas claves no siempre al alcance de todos. Y de esto, de su evidente cualidad críptica, surge una contradicción, porque a la complejidad de los referentes simbólicos se añade que el relato no es lineal, que alterna realidad con ficción, los personajes terrenos con los sobrenaturales, que los planos se superponen, que su verosimilitud depende de las pautas establecidas desde un principio y nunca de la experiencia del lector, que las huellas del realismo mágico están por todas partes. Con estas condiciones, no parece probable que influya mucho en una gran mayoría de fieles. Y si no representa un peligro apreciable, si nadie va a apostatar después de leer esta novela, aventuro que, quizá, el castigo sufrido -no solo por el autor- se deba fundamentalmente a su audacia, a que constituye un aviso a caminantes, a la necesidad de un escarmiento para que, en lo sucesivo, nadie se atreva a embarcarse en una aventura de esa índole, a plantear preguntas sin respuesta, o mejor, a plantear preguntas cuya respuesta no está fuera sino dentro de ellas mismas.
Admirablemente construida a pesar de su complejidad, debe mucho –igual que otras de este autor– a Carpentier, García Márquez, al Nabokov de Ada o el ardor y a la descarada e icónica ironía de El maestro y Margarita de Bulgakov, entre otros. Pero quizá la mayor deuda sea la contraída con Kafka, no olvidemos que a partir de este autor las metamorfosis forman parte de nuestro bagaje literario, un fenómeno que aquí se produce a menudo. Cito como más representativas las experimentadas por Gibreel, Ayesha y Saladin.
Los actores Gibrael Farishta (Ángel Gabriel) y Saladin Chamcha son los únicos supervivientes de un accidente de aviación producido a consecuencia de un atentado terrorista. El primero, que representa la bondad, y al que ocasionalmente acompaña una aureola luminosa, padece trastornos de personalidad que se van agravando con el tiempo. El segundo –que se hace ateo, reniega de su origen, rompe con su acomodada familia hindú y triunfa en las Islas Británicas como (proteico) actor de doblaje– experimenta una metamorfosis diabólica a consecuencia del accidente.
A este plano, de carácter algo más realista, se superponen realidades fantasmagóricas, personajes de fábula que, como justificación, acaban convertidos en parte del elenco de películas protagonizadas por los anteriores. Es el caso de Ayesha, la joven visionaria que, con el loable propósito de sanar a una enferma incurable e inspirada por Gibrael (en su faceta sobrenatural), arrastra a su pueblo a una insensata peregrinación rumbo a La Meca surcando las aguas a la manera de Moisés. Pero Ayesha es también el nombre de una esposa de Mahoma y en la novela una de las integrantes de un burdel.
En este intrincado laberinto casi todo tiene su correlato, sea en episodios históricos o en pasajes del Corán. Se narra el origen de las profecías de Mahoma despojándolas de su origen divino, la traición de sus rapsodas y escribanos, la del bíblico Abraham abandonando mujer e hijo en medio del desierto, se desvelan oscuras decisiones sobre la adopción de divinidades para que sirvan a intereses políticos.
Sin embargo, y a medida que progresa la acción, las certezas se van diluyendo hasta lograr que los polos opuestos cambien radicalmente de signo. El ángel, en su combate con Mahoma, acaba convertido en demonio y sus versos se consideran satánicos. En el ámbito terrestre, las personalidades de los dos protagonistas, con el tiempo, también se invierten. Los versos satánicos que Saladin recita cumplen su objetivo de sembrar la discordia, pero la auténtica maldad reside en su oponente. Finalmente, Rushdie optará por condenar a Gibrael y salvar decididamente a Saladin.
Aunque de forma sutil, en boca de sus personajes y enredado entre las diferentes historias, Rushdie manifiesta su pensamiento. Apuesta por la duda, que considera lo opuesto a la creencia. Defiende la razón en detrimento de la fe. La poesía es solo un modo de expresar la belleza –y en la novela hay pasajes muy poéticos– que no debe tomarse al pie de la letra. Los profetas no existen. Lo verdaderamente dañino es el fanatismo. El racismo es bidireccional y aparece en todas partes.
Podría seguir.

viernes, 28 de octubre de 2016

Semana del libro de culto: Memorias póstumas de Brás Cubas de Machado de Assis

Idioma original: portugués
Título original: Memórias póstumas de Brás Cubas
Año de publicación: 1880 (1881 como libro)
Valoración: Muy recomendable

Me dicen mis colegas ULADianos: ¡vamos a hacer una semana dedicada a libros de culto! Y yo: ¿y qué es un libro de culto? Un libro que tienen muchos seguidores; un libro que tiene pocos seguidores, pero fanáticos; un libro que pasa desapercibido en su momento pero después gana fama internacional e interplanetaria... En fin, Francesc ya ha escrito un ensayo sobre "el libro de culto y la madre que lo parió" así que no voy a extenderme sobre el asunto; el caso es que a mí me costaba pensar en algún libro de culto (que no estuviese ya reseñado en ULAD), hasta que durante la misma semana varias personas diferentes me hablaron de estas Memorias póstumas de Brás Cubas, del brasileño Machado de Assís, y me pareció que podía encajar en la serie: es un libro quizás poco conocido en España, pero que en Brasil y Portugal tiene una legión de seguidores y defensores, que lo han convertido en un clásico, a pesar de (o por causa de) su irreverencia.

Así que aquí va.

El protagonista de estas "memorias" es Brás Cubas, un político, inventor y amante fracasado que las escribe desde el otro lado de la raya, o sea, desde la tumba. De hecho, la novela está dedicada "al primer gusano que royó mi cadáver", y comienza precisamente con la escena de la muerte del protagonista y la narración de sus últimos años, en vez de hacerlo, como sería lo habitual por la infancia y los años de aprendizaje. A partir de ahí, de forma desordenada, humorística y fragmentaria, se cuenta la historia de un hombre que quiso ser ministro y no lo fue, quiso ser famoso y no lo fue, y pasó su vida entera enamorado de una mujer casada con otro hombre.

Brás Cubas es un protagonista y un narrador cínico, sincero, egoistón y no demasiado trabajador, representante de la clase adinerada y esclavista de Río de Janeiro, pero resulta simpático por su sinceridad, su espíritu ironico y burlón y porque, como buen antihéroe, nunca consigue salirse con la suya al final. En efecto, en las Memorias póstumas encontramos el mismo humor que puebla otras obras de Machado de Assís, como Dom Casmurro o El Alienista: un humor basado en un narrador autoconsciente que interrumpe la acción, la anticipa, la comenta, omite secciones enteras de la historia y en general juega con las expectativas del lector, con quien dialoga continuamente.

Los antecedentes de este tipo de memoria autoirónica y metaliteraria los menciona el propio Machado de Assís (o mejor, Brás Cubas) en su texto: el Tristram Shandy de Lawrence Sterne, el Viaje alrededor de mi cuarto de Xavier de Maistre o los Viajes por mi tierra de Almeida Garrett. A estos se podría añadir el Quijote, que a su vez inspiró a Sterne: en el "emplasto Brás Cubas" con el que el narrador espera alcanzar la gloria no está muy lejos del "bálsamo de fierabrás" cervantino, como tampoco lo están los juegos metanarrativos constantes que aperecen en el libro...

Cuando apareció, las Memorias póstumas de Brás Cubas fueron mal entendidas o mal consideradas: se discutió si aquello era o no una novela; si tenía suficiente trama o profundidad; si los saltos en el tiempo eran o no aceptables; si era una simple imitación del estilo de Sterne. Con el paso del tiempo, se ha convertido en un clásico de la literatura brasileña, alabado por Woody Allen o Susan Sontag (entre muchos otros, claro), y creo que por ello un digno "libro de culto" para nuestra serie.

Y si no, pues qué le vamos a hacer.

jueves, 27 de octubre de 2016

Semana del Libro de Culto: Los cantos de Maldoror, del Conde de Lautréamont

Idioma original: Francés
Título original: Les chants de Maldoror
Traducción: Manuel Serrat Crespo
Año de publicación: 1868
Valoración: Imprescindible (y raro. Abstenerse remilgados)

Tal como dice Francesc Bon en la presentación de esta semana temática, una de las posibilidades a la hora de considerar un libro como de culto es que se trate de "Obras oscuras de autores oscuros". Esa es la definición perfecta de "Los Cantos de Maldoror", del conde de Lautréamont.

Autor oscuro: Isidore-Lucien Ducasse, (falso) conde de Lautréamont, es un autor oscuro, tanto por su biografía como por su escasísima obra y su temprana muerte. Y me explico. Su identidad fue durante mucho tiempo un enigma, hasta que se descubrió que el pseudónimo "Conde de Lautréamont" fue el sobrenombre que utilizó Isidore Ducasse, nacido el 4 de abril de 1846 en Montevideo (Uruguay) e hijo Francois Ducasse, secretario del Consulado General de Francia en Uruguay, y de Célestine-Jacquette Davezac. Precisamente su madre, con su suicidio en presencia de Ducasse cuando este contaba con apenas dos años, marcará tremendamente la vida del escritor. E Isidore Ducasse, siguiendo los pasos de su madre, se suicidará en París en 1870, con apenas 24 años, lo que justifica la brevedad de su obra, que se reduce a "Los cantos de Maldoror" y algunos poemas aislados.

Vaya, un escritor "maldito" de manual.

Obra oscura: "Los cantos de Maldoror" es una obra oscura (por su temática) y difícil (por su estilo). 
Su oscuridad hizo que la obra fuese censurada en su momento y que tuviera durante décadas grandes dificultades para su publicación. Solo su reivindicación por parte de los surrealistas, encabezados por André Breton, posibilitó su recuperación y valoración en su justa medida.
Se trata "Los cantos de Maldoror" de un poema en prosa dividido en seis cantos, de los que cinco serían "el frontispicio de la obra, los cimientos de la construcción", mientras que el sexto sería su punto álgido. En estos seis cantos Lautréaumont - Maldoror (en ocasiones es uno y en ocasiones es otro quien actúa como narrador), que se autodefine como "un monstruo cuyo semblante me satisface no podáis percibir, aunque es menos horrible que su alma" o "el hermano de la sanguijuela", se enfrasca en la ardua tarea de subvertir los valores tradicionales, de oponerse al Estado, a la Razón y, sobre todo, a Dios y a los hombres, en la medida en que estos son una creación de Dios. Esta subversión y oposición se cimentan en su odio a Dios, al que llega a calificar de "horrendo Eterno de rostro de víbora" y en su perplejidad ante su crueldad. Y se manifiestan a través de la ridiculización de Dios y del crimen en sus más variadas formas: el asesinato, la violación, la pederastia, etc. 
A mi, a pesar de mis inmensas limitaciones en el campo de la filosofía, a medida que avanzaba en la lectura me venía a la cabeza con mayor frecuencia el concepto nietzscheano de "voluntad de poder". Los más expertos en la materia podrán juzgar mejor.

En cuanto a su dificultad, esta estriba en un estilo gradilocuente, sumamente alegórico, plagado de símbolos, de deformaciones y exageraciones grotescas de la realidad, de elementos autobiográficos y proféticos. Por momentos dará la sensación de estar ante los escritos de una mente enferma, esquizofrénica o paranoide. Otras veces, pensaremos en el como un hombre en pleno uso de sus facultades y con una lucidez que asusta.

Es, en resumen, "Maldoror" una lectura por momentos complicada pero siempre perturbadora, radical, sugerente y con un gran poder evocador.

Acercaos, por tanto, a Maldoror, espejo deformante de la realidad, criatura casi sobrenatural, lúcida y cruel. Pero no temáis. Lo peor que os puede ocurrir es que sus miasmas os hagan perder el conocimiento y este arcángel del mal os lleve, a lomos de su negro corcel, a territorios (aún) más sombríos e ignotos. ¿Os atrevéis?

miércoles, 26 de octubre de 2016

Semana del Libro de Culto. Enrique Vila-Matas: Bartleby y Compañía

Idioma original: español
Año de publicación: 2000
Valoración: está bien/imprescindible para interesados

Más de 200 páginas escritas acerca de la Literatura del No  por un autor con fama de metaliterario pueden sonar casi a broma pesada. Más si contamos con esa elegante sorna habitual de la prosa del escritor barcelonés. Más si partimos de una presentación de impacto. Marcelo, narrador, confiesa en las primeras líneas el defecto físico (es jorobado) que condiciona su existencia y complica su relación con las mujeres. Hecha la aclaración, se lanza al vacío. Bartleby: personaje de la novela corta de Melville que ya es un patrimonio de la literatura universal (aunque a mí me pareciera que no era para tanto), triste escribiente que nos lega su frase como paradigma de muchas cosas, que pueden ir desde el escepticismo hasta la desidia o la vagancia. Y punto de partida para esta disquisición sobre el hecho literario y el hecho no-literario y el no-hecho literario y...¡brrrrrr!... qué complicado es esto de explicar las cosas sin contar con la facilidad de expresión de Vila-Matas; menudo trato le da el hombre al lenguaje. Ni una palabra fuera de su sitio, ni una construcción incoherente, ni un escalón siguiente que se pise sin haberse afirmado con contundencia en el anterior.

Ensayo literario ligeramente aderezado con lo que parece un diario personal (incluyendo alguna experiencia de formación), Bartleby y Compañía dispone de un planteamiento y un desarrollo tan característico y casi exclusivo de su autor que ello se convierte en virtud y defecto a la vez. El libro atraerá y fascinará al incondicional tanto como repelerá y aburrirá al escéptico. Hace días que me reconfortaba que cierto libro pudiese juzgarse sin recurrir a los extremos, pero con este libro ello es imposible. Si hasta parece que en algún momento se esté hablando de escritores (o no-escritores) imaginarios, que Vila-Matas nos someta a un juego del escondite donde ciertos nombres nos suenan (cómo no: Melville, claro, Rimbaud, por supuesto, Kafka, Musil, Walser, Salinger. Pynchon), pero en otros nos vamos perdiendo de tal manera que la erudición de Vila-Matas (manifestada, eso sí, con elegancia y naturalidad) acaba arrinconándonos, postergándonos a un paraje donde, en aras de demostrar empíricamente que también hay no-escritores, no-novelas a destajo, y que ello está justificado, parece que debamos acudir a hacer cola cualquier noche a una no-librería.

Tantos y tan variados son los ejemplos de carreras literarias abortadas o cercenadas o abandonadas, tan suntuoso es el desfile de menciones a escritores y los hechos o motivos que les obligan o les invitan a dejarlo correr, a la vista de éxitos o fracasos o de escepticismo.
Un pequeño inciso algo oportunista: ¿cómo valoraría Marcelo el fenómeno pseudo-glups-literario que representa internet? ¿Acaso no son (¿somos?) todos los que nos comunicamos por la red y no damos un paso más allá, meras actualizaciones del concepto, como guarecidos gracias al carácter de borrador perpetuo que nos aporta esta editabilidad?

Seguimos. ¿Méritos de Bartleby y Compañía? A destajo: este es un libro a conservar para referirse a él, para citarlo, para entender la actitud (sobre todo europea) hacia la literatura como factor en la ecuación del hombre en el universo. Pero a la vez es demostrativo de todo lo contrario. Vila-Matas (o su alter-ego Marcelo, compilador a costa de salud, trabajo y bolsillo) juega con tanto fair-play que deja que se reflejen todas las opciones posibles. Comprended, es casi inútil explicarlo (recordad la Semana en la que estamos), porque casi cualquier frase de este libro, prestada o creada expresamente, es susceptible de ser citada por inspirada o vilipendiada por obvia o por pedante. No hay términos medios, aunque recomendar este libro a no iniciados es una actitud casi suicida. Es un escritor especial, escribe hace cuatro décadas, y esta, obra central en lo temporal y paradigmática en lo estilístico y hasta en su intención, es uno de sus buques-insignia. Quizás Dietario voluble constituya una reescritura de alguno de sus planteamientos, y es mucho más cercana y asequible. Pero la obra de Vila-Matas no puede entenderse sin el embrollo excesivo de citas y reflexiones que es Bartleby y Compañía. O sin el monumental y ambicioso reguero de frases brillantes que es Bartleby y Compañía. 
Espero que haya quedado claro ¿Alargarme más? Preferiría no hacerlo.

martes, 25 de octubre de 2016

Semana del Libro de Culto: La exhibición de atrocidades, de J. G. Ballard

Idioma original: inglés
Título original: The Atrocity Exhibition
Año de publicación: 1969 (como libro)
Traducción: Marcelo Cohen y Francisco Abelenda
Valoración: yo diría que recomendable, pero por una vez... que cada palo aguante su vela

Imaginemos por un momento un campeonato de lucha entre libros "de culto" (sea lo que sea eso), una especie de Mortal Kombat gafapástico... ¿quien ganaría ese torneo del K.O. para culturetas? No lo sé, claro, pero seguro que podríamos contemplar peleas memorables, como el enfrentamiento de dos campeones pesados de sumo, como son Los reconocimientos y La broma infinita. O, mejor aún, peleas aparente y apasionadamente desiguales, como una que enfrentase a un samurai acorazado y armado con las más contundentes técnicas del bushido... por ejemplo, El arco iris de la gravedad, con un monje shaolin apenas ataviado con su túnica, pero maestro en los arcanos del wu-shu, como sería este La exhibición de atrocidades, de J. G. Ballard. Quizá más de uno de ustedes tendría claro por cual apostar, pero yo no daría por hecho el resultado: este pequeño volumen de menos de 200 páginas podría acabar con cualquier oponente con la ligereza del viento y la letalidad de la víbora. O como se diga.

La lectura de esta extraña ¿novela? no es fácil. O, mejor dicho, su lectura sí resulta engañosamente fácil -también algo cansina-, pero su interpretación no lo es. leyendo este libro nos adentramos en un mundo obsesivo, repetitivo, fluctuante entre el erotismo onírico y la pesadilla malsana. Una historia que parece navegar a la deriva hacia la entropía, una y mil veces rota la percepción que vamos recibiendo de los que se nos cuenta y luego mil veces reconstituida, como cuando giramos un caleidoscopio para componer una figura a costa de deshacer la anterior. Aún así, la experiencia de leerlo resulta altamente estimulante, a partir del momento en que se aceptan las reglas que nos impone. Si se consigue entonces un cierto relajamiento del neocórtex del cerebro o como demonios se llame su zona más racional, la sensación de estar ¿disfrutando? (no, no es la palabra adecuada...) de una obra literaria de lo más singular se vuelve incluso... ¿placentera? (no, desde luego, tampoco esta es la palabra).

Para empezar, la estructura del libro ya resulta bastante peculiar: dividido en quince capítulos en principio independientes -de hecho, algunos fueron publicados por separado en revistas a partir de 1966-, que se pueden considerar incluso "novelas condensadas" (al estilo del Reader's Digest, supongo), cada uno de éstos está a su vez compuesto por párrafos con su propio título cada uno, que parecen guardar una continuidad entre sí, al tiempo que la transgreden; es decir, cada uno de los párrafos se podría considerar como perteneciente a una historia diferente o bien todos a la misma historia, de alguna manera. Además de que los encabezamientos de los párrafos de algún capítulo conforman juntos un nuevo párrafo... El efecto de dislocación narrativa que producen es bastante desconcertante, e incluso perturbador, al no buscar la ruptura entre las distintas partes del relato, sino su interrelación, pero a través de la reiteración a lo largo de todo el libro, de una serie de elemnetos recurrentes. sexo, parafilias, sexo, accidentes de tráfico, sexo, geometrías insólitas, sexo, fetichismo, sexo, espacios desolados, sexo, estudios psicológicos, sexo, películas experimentales, sexo, enfermos mentales, sexo, geografías post-(o pre-)apocalípticas, sexo, celebridades de los sixties, sexo, guerra del Vietnam, sexo, muertes violentas de diverso tipo... ¿he mencionado ya que esto va de sexo? Con todos estos elementos y más, Ballard va construyendo una serie de variaciones sobre el mismo tema, hasta que el conjunto de ellas acaba conformando, de una manera extraña, una narración en la que podemos intuir cierto sentido. Algo parecido ocurre, por otra parte, con los personajes, algunos de los cuales aparecen a lo largo de todos los "capítulos": el doctor Nathan, la doctora Austin -aunque a veces es Claire y otras Elizabeth-, Karen Novotny -catalizadora del deseo sexual masculino-, el turbio Koestero Koster... otros, en cambio, van mutando de nombre, de rol y de posición a través de todo el libro; así ocurre con el "protagonista" (si se le puede considerar así), que siempre es un hombre, a veces casado, otras viudo o soltero, que ha sufrido algún tipo de trauma o está embebido en una indagación obsesiva y hermética: es Travis, Traven, Talbot, Trabert...

No menos obsesiva y recurrente es la mención a personajes o acontecimientos de aquella década de los 60: los Kennedy -Jack y Jackie-, Ralph Nader, Malcolm X, Lee Harvey Oswald, estrellas de cine como Elizabeth Taylor, Brigitte Bardot, Jeanne Moureau; Vietnam, el Congo... Incluso los títulos de los capítulos participan de ese festival sesentero: Por qué quiero joder a Ronald Reagan (a la sazón, gobernador de California) o El asesinato de John Fitzgerald Kennedy considerado como una carrera de Automóviles Cuesta Abajo. Todo muy moderno (para aquel entonces) y hasta muy pop, pero irónica, condenadamente perverso. También encontramos diversas referencias al arte pictórico y con cierta frecuencia a pintores surrealistas como Max Ernst. Referencia nada baladí porque toda la obra transmite un aire a escritura automática que no creo sea casual (hay otra conexión con el mundo del arte: al parecer en 1972 Ballard organizó una exposición de coches estrellados semejante a una que aparece en el libro y con consecuencias bastante en consonancia con los planteamientos de la novela).

Bien, y a todo esto... ¿por qué podemos considerar a este libro como "de culto") En primer lugar (y aunque no sea condición sine qua non, ayuda bastante) porque es más raro que un perro verde. Punto. Después, aquí encontramos la génesis de otra novela del mismo autor -de hecho, uno de los capítulos se titula precisamente así- que sí podemos considerar como "de culto": Crash (o al menos lo era; no creo que la peli de Cronenberg la acabara convirtiendo en mainstream... ¿o sí?). En tercer lugar, La exhibición de atrocidades también ha sido llevada al cine, por un tal Jonathan Weiss, en una película inencontrable pero, a tenor de las referencias, igual -o más- raruna que el libro. Y por último, porque esta extraña novela/libro de relatos sirvió de inspiración, allá por 1980, a los legendarios Joy Division. Que si eso no es ser de culto, yo ya no sé...


Otros libros de J. G. Ballard reseñados en Un Libro Al Día: RascacielosEl mundo de cristalLa sequíaCrash


lunes, 24 de octubre de 2016

Semana del Libro de Culto: Locus Solus, de Raymond Roussel

Idioma original: francés
Título original: Locus Solus
Traducción: Marcelo Cohen
Año de publicación: 1.914
Valoración: Imprescindible (aunque no para todos los gustos)


Olvídense, señores, de las convenciones que tengan interiorizadas a la hora de leer un texto que pueda ser calificado como novela: personajes, desarrollo, lenguaje, argumento. Aquí encontrarán una prosa clásica, meramente descriptiva y casi científica, y ninguno de los demás elementos habituales, al menos, de forma comparable a lo que se acostumbra. Pero vayamos al principio.

Raymond Roussel es un tipo rico que en los primeros años del siglo XX se dedica por entero, entre otras actividades dispersas, a la creación artística. Rabiosamente individualista, trabaja en varias áreas buscando siempre un cauce original para dirigir su creatividad. Como era de esperar, su obra tiene poca o ninguna repercusión fuera de ciertos círculos literarios, como no fuese algún que otro tumulto con ocasión del estreno de algunas de sus obras teatralizadas. Tan sólo los surrealistas saludaron con entusiasmo los desvaríos de Roussel (Bréton comparó su influencia con la de Lautréamont, otro ilustre a quien algo me hace sospechar que pronto tendremos en ULAD), y algunos artistas plásticos reclamaron su herencia creativa. 

Y poco más, durante bastantes años. Hasta que en las últimas décadas del siglo pasado empezaron a aparecer algunos estudios sobre este buen hombre, que tímidamente hicieron reverdecer el interés sobre lo singular de su obra. Pero con todo, siendo sincero, no creo que ese interés vaya a exceder un ámbito muy reducido, ni siquiera en base a la curiosidad o el esnobismo, que de todo hay.

O sea, que seguirá siendo un ‘autor de culto’, lo que quiera que eso sea. 

‘Locus Solus’ es una de las pocas obras de Roussel en prosa. Pero, como decía al principio, poco tiene que ver con una novela, porque aquí no se cuenta ninguna historia. Se trata en realidad de una sucesión de imágenes que tal vez encajarían mejor en la pintura o la escultura, y otras artes visuales, no sé, la fotografía o algún tipo de performance. La cosa es en principio tan simple como esto: Martial Canterel –figura desde luego muy cercana al propio Roussel- es una especie de inventor que, sin limitación alguna de tiempo o dinero, se dedica a algo parecido a la creación pura. Mediante complicadas técnicas y con el apoyo de todo un equipo de colaboradores ha conseguido generar efectos físicos inauditos en objetos y personas, y finalmente ha reunido en los inmensos jardines de su finca una muestra de esas asombrosas experiencias, que muestra a un grupo de espectadores (amigos o científicos, da igual).

En una calculada exposición, empezamos por admirar una escultura de barro de un niño, procedente de Mauritania, que será algo equívocamente sencillo. Porque a continuación vemos por ejemplo una máquina flotante que elabora un mosaico con dientes humanos; una suerte de gigantesco diamante lleno de un fluido donde una ondina genera música gracias al movimiento de su cabellera, junto a una cabeza parlante de Danton; una urna gigante refrigerada en cuyo interior varios personajes representan escenas enigmáticas; o unos insectos modificados quirúrgicamente que emiten luz desde el interior de unos naipes. Entre otras varias cosas, y para no desvelarlo todo.

Cada conjunto –artefacto o instalación, que diríamos hoy día- es descrito con detalle milimétrico por alguno de los atónitos espectadores (a veces pueden ser diez o doce páginas explicando cada mecanismo, cada pequeño objeto o movimiento, así que no nos impacientemos), y a continuación Canterel ofrece una explicación completa de los fenómenos observados, su origen y el desarrollo de sus investigaciones. Todo ello se ve coronado por –o mezclado con- antiguas historias que contribuyeron a definir cada composición, y ahí encontramos leyendas que a veces parecen emparentadas con ‘Las mil y una noches’, episodios históricos con elementos reales o ficticios, o narraciones de tintes policiacos. Son siempre relatos sinuosos, y con frecuencia imbricados unos dentro de otros, que dotan a las fantásticas instalaciones de Canterel de un componente intelectual que las aleja de la mera ocurrencia de un inventor genial.

Pero quede claro que en todo el grandioso repertorio que los visitantes exploran en Locus Solus no hay un solo átomo de magia, misterio o fenómenos inexplicables. Eso es quizá lo más chocante de todo ese mundo extraordinario: todo, por delirante que parezca, tiene una explicación científica y es producto de una escrupulosa racionalidad y de las interminables investigaciones de un genio. Vamos, que le cuadraría a la perfección el concepto de ‘ciencia-ficción’, si éste no fuese atribuido, casi inconscientemente, a los ámbitos que todos damos por supuesto. Y al mismo tiempo explica bien por qué Roussel siempre rechazó verse incluido en el bando de sus admiradores surrealistas.

Roussel escribió también un librito póstumo llamado ‘Cómo he escrito algunos de mis libros’. En él se expone el complejo sistema con el que iba construyendo sus libros, un método basado en juegos de palabras a partir de homofonías, que guarda algún parentesco con la escritura automática y cosas parecidas. Los expertos discuten sobre si ‘Locus Solus’ fue concebido o no a partir de ese ‘procedé’, pero la verdad es que tampoco nos interesa mucho el debate. Lo realmente importante es disfrutar de la colección de ¿disparates? ¿genialidades? que tenemos a la vista, de las variadas historias que acompañan a cada elemento, de ese complicado juego entre lo racional y lo inverosímil.

Es más, incluso diría que debemos disfrutar también de la gran distancia que separa lo que tenemos entre manos de un relato convencional, y para eso sólo es necesario olvidar nuestros prejuicios como lectores y aceptar el código que propone Roussel. No pretendamos entender demasiado ni buscar la lógica. Pocas veces encontraremos algo más sorprendente.

domingo, 23 de octubre de 2016

El libro de culto y la madre que lo parió

Culto: concepto que huele a religión por bastantes lados. Libros que tenemos en un altar. Libros cuya lectura casi requiere una liturgia. Libros en que tenemos fe. Alguno se va a volver loco con el concepto. Porque, para empezar , los colaboradores de ULAD ya deben haber reseñado algunos de esos libros que cada uno considera de culto. Es algo casi fetichista y un concepto realmente difícil de definir. Porque encima hay autores de culto, cosa que ayuda, pero que amplia el rango y hace difusas sus fronteras. Voy a intentarlo.

- Best sellers: no, de ninguna manera, en un principio (aunque pasadas unas décadas, lo miraríamos).

- Best sellers que lo han sido, tras cierto tiempo, merced a la insistencia y tesón de los que han ido promocionando en petit comité, sus virtudes: quizás.

- Obras oscuras de autores conocidos (preferentemente saliendo de su estilo, temática o formato habitual): quizás tirando a sí.

- Obras oscuras de autores oscuros: ediciones limitadas, traducciones extrañas, obras intraducidas, obras que escritores han escrito en idiomas diferentes a los habituales, textos difíciles pero sujetos a interpretaciones, obras muy cortas u obras muy largas. Pseudónimos nunca aclarados. Temas oscuros (me apuesto algo gordo a que hay mucha ciencia ficción entre los libros de culto), significados ocultos (¡ocultos!), tanteos con lo esotérico, con lo misterioso: sí.
Plus: si los autores han enloquecido, delinquido, desaparecido en turbias circunstancias, desarrollado adicciones, dejado de publicar de forma repentina, cambiado de nombre, de sexo, de religión, de creencias políticas, de equipo de fútbol, de marca de refresco.

- Obras que no conoce nadie pero has leído ocho veces sin haber sido capaz de  encontrar NI EN GOOGLE nadie que haya oído o leído acerca de ellas: sí, absolutamente. 

- Obras inéditas pero de las que has oído hablar a cuatro amigos en una habitación cerrada, conversación que ha acabado súbitamente cuando has entrado: por favor, una de ésas.

Espero que os haya quedado claro. Porque a mí no: googleo "libro de culto" y me salen los sospechosos habituales. Salinger, varias veces, Kennedy Toole, Kerouac, Hunter S. Thompson. Todos norteamericanos, muchos asociados a esa época efervescente entre los 40 y los primeros 70. Parece que lo acaparen todo, los tíos, pero, ya dije, los hemos reseñado ya aquí. Obvio. Cualquiera que escribe sobre literatura en la red empezará por su libro de cabecera, y se obstinará en demostrar que vio algo que otros no vieron. Los libros de culto son tan inexplicables que, encima, han encontrado en algo como internet el espacio adecuado para agrandar su mito. Blogs y foros y chats privados son capaces de discutir eternamente no sobre un libro entero, sino sobre los significados de personajes, escenas, párrafos y frases. Fascinante, aunque también algo desorientador. Uno se siente desolado si no comprende qué le ve cierta gente a ciertos libros. Porque los fanáticos de un libro tienden a menudo a pensar que ese libro oculta el sentido de todo, y que ignorar esa cualidad es una forma de ceguera. Puede que lo de los libros de culto sea otra forma de ser snob. Uno divulgaría esa obra entre su entorno más inmediato, pero tampoco se sentiría incómodo si trascendiera de ese círculo: un libro de culto no puede ser fácil de encontrar, per se. Si vemos a alguien en el autobús leyéndolo, descartadas todas las posibilidades de la casualidad, miraremos fijamente a esa persona y esperaremos la señal.

Uh. Creo que es inútil extenderse en más explicaciones.

Porque, como ya podríais ir suponiendo, a eso vamos a dedicar la semana que viene. Pero no queremos estar solos en esta dura labor. Así que os vamos a pedir que uséis los comentarios para explicarnos sobre vuestros libros de culto, sus razones y, quizás, un breve alegato por si nos da a nosotros por considerarlos también. No pretendáis que os adelantemos cuáles vamos a incluir, por eso. No haremos más advertencias.

sábado, 22 de octubre de 2016

Kobo Abe: Encuentros secretos

Idioma original: Japonés
Título original: Mikkai
Traducción: Ryukichi Terao
Año de publicación: 1977
Valoración: Está bien

Sé que puede parecer una generalización estúpida, pero tengo la impresión de que los libros de escritores japoneses son, cuando menos, raros. Aunque es verdad que no tengo un gran bagaje: algo de Mishima, Murakami, Oe, Soseki, Kawabata y poco más. Pero esa sensación me transmiten. ¿Cuestión de diferencias culturales, quizá?

Sea por lo que sea, y hablando de rarezas niponas, este "Encuentros Secretos" se lleva la palma, tanto por la mezcla de géneros como por el propio desarrollo de la novela.
Se trata de un libro que comienza como una novela negra al uso que, a medida que pasan las páginas, se acaba convirtiendo en una novela de ciencia ficción con toques de distopía (o viceversa).
Comienza con la extraña desaparición -una ambulancia en plena madrugada- de la esposa del protagonista y narrador y la subsiguiente investigación por parte del marido, lo que podría parecer un argumento trilladísimo en la novela negra. Pero aquí no hay tiros, ni sangre, ni detectives con un turbio pasado a sus espaldas ni nada por el estilo. Hay un marido que trata de dar con su mujer, y al que sus pesquisas llevan a un hospital, trasunto de una ciudad con sus tiendas de souvenirs incluidas, en el que se llevan a cabo extraños experimentos de corte sexual que, en cierta forma, anuncian lo que en el siglo XXI conocemos como "cibersexo".
Vamos, una frikada de narices.

En mi opinión, lo mejor del libro es su ambiente opresivo y absurdo. Casi toda la acción transcurre en un laberíntico e hipervigilado hospital, lleno de pasillos, sótanos, micrófonos y cámaras. Los personajes, de los que desconocemos sus nombres, parecen "atrapados" en ese hospital (llamémosle ciudad o mundo) y dan vueltas y más vueltas sin llegar a nada. ¿No os recuerda a un famosos tuberculoso checo?

Es curioso también el lado orwelliano del libro (¡anda, otro famoso tuberculoso!), con un hospital que parece el plató de "Gran Hermano 17" y recuerda vagamente a la sociedad de "1984" y unos experimentos sexuales que se adelantan en 30-40 años a ciertas formas de entretenimiento muy actuales (recordad que el libro se escribió en 1977).

En la parte negativa, la mezcla de géneros hace que el argumento se retuerza de forma inverosímil. Da la impresión de estirarse como un chicle y de perderse entre tanto laberinto y tanto pasillo, sobre todo en la parte más "ciencia-ficción". Las explicaciones y descripciones en este parte son un tanto farragosas y, a medida que pasan las páginas, todo se vuelve demasiado complicado.

A pesar de esto, se trata de una obra curiosa, aunque no fácil, de un autor que, al parecer, fue una celebridad en Japón. Y por algo sería, supongo.


También de Kôbô Abe en ULAD: La mujer de la arena, El mapa calcinado 

viernes, 21 de octubre de 2016

Colaboración: El libro de los Baltimore de Joël Dicker

Idioma original: francés
Título original: Le libre des BaltimoreTraducción: María Teresa Gallego Urrutia y Amaya García Gallego
Año de publicación: 2016
Valoración: recomendable

El libro de los Baltimore es el nuevo éxito editorial de Joël Dicker después de La verdad sobre el caso Harry Quebert. Comparte con esta última novela un misterio que se resuelve al final, la descripción de unas vidas perfectas que no lo son tanto, una narración en diferentes planos temporales y el elemento metaliterario de un libro sobre cómo se escribe un libro.

Joël Dicker demuestra una vez más su pericia como narrador y su capacidad para crear novelas realmente adictivas, con una intriga sabiamente dosificada, un acertado reparto de los indicios y una estructura en capítulos casi folletinesca, con un clímax al final de cada uno de ellos.

Si La verdad sobre el caso Harry Quebert tomaba como interrogante inicial "quién mató a Nora", a semejanza de Twin Peaks, El libro de los Baltimore parte de una situación llamada "el Drama" que cae sobre la familia protagonista y que descubrimos al final de la novela.

El narrador, Marcus, es el mismo que el de La verdad sobre el caso de Harry Quebert, un narrador plano como personaje, pero eficiente como contador de historias que descubre que nada es lo que parece, indefinido e ingenuo a veces, que queda fascinado por el modo de vida de sus tíos y primos, los Baltimore, durante su infancia y adolescencia en los noventa. Al igual que el narrador de El gran Gatsby cae rendido ante esa riqueza aparente de una época dorada que queda arrasada por la crisis del 29, Marcus siente una mezcla de admiración y de envidia por sus tíos y primos. Pero al igual que sabemos que esa belle époque se hizo añicos con el crack del 29, también sabemos que esos fabulosos años noventa tuvieron el despertar brusco de los atentados de 2001 y de la crisis de 2008. Así como la muerte de Gatsby puede ser interpretada como el fin de una era, el Drama que sufren los Baltimore cierra una etapa de prosperidad y felicidad solamente aparentes.

La novela se desarrolla a través de un juego temporal en tres fases: antes del Drama, inmediatamente después del Drama y en el 2012. Hillel, el primo de Marcus, es un niño superdotado pero no demasiado popular entre sus compañeros hasta que entra en escena, como en Cumbres borrascosas, un niño adoptado, Woodrow, que cambia para siempre el orden familiar. Los tres primos, Marcus, Hillel y Woodrow, hacen amistad con los hermanos Scott y Alexandra. Forman un club de los cinco durante aquellos maravillosos años que quizá no lo fueron tanto, durante aquella adolescencia idealizada llena de conflictos larvados que estallan al cabo de los años, un club de los cinco que se va quebrando poco a poco hasta desaparecer.

Cuando la universidad da paso al instituto y los celos a las competiciones deportivas, cuando cada uno de los integrantes de la pandilla lucha por encontrar su lugar en el mundo, cuando se pasa de un nosotros a un yo, cuando la pertenencia al grupo no es tan importante como el éxito individual, se va encendiendo la mecha que hace estallar el Drama. Aunque ese Drama sea exagerado, no es difícil identificarse con la ruta iniciática de los protagonistas que se estrellan contra un muro de realidad. Al caer los ídolos, sus cenizas desprenden un suave aroma de melancolía por la juventud perdida.
El libro de los Baltimore presenta una narrativa cinematográfica y de teleserie sin que eso sea un aspecto negativo. A veces hay pasajes que por momentos se asemejan a una adaptación de Dawson crece y en otras ocasiones a Thelma y Louis en versión masculina.

A partir de esos referentes en los que resuenan películas y series de adolescentes, hay una tragedia subterránea, una historia de envidia que se repite de generación en generación, una recreación del mito de Caín y Abel que sobrevuela la novela: querer ser lo que el otro es y querer tener lo que el otro tiene, olvidándose de lo que uno es y tiene.

Y al final, queda Marcus, un narrador que recupera a ese club de los cinco y cierra sus heridas a través de las palabras, y que se da cuenta de que, al igual que las estirpes condenadas a cien años de soledad no tendrían una segunda oportunidad sobre la tierra, la estirpe de los Baltimore solo tendrá una segunda oportunidad a través de El libro de los Baltimore que el propio Marcus escribe y que cristaliza su historia.

Firmado: Federico Escudero

jueves, 20 de octubre de 2016

Juan José Saer: La pesquisa

Idioma original: español
Año de publicación: 1994
Valoración: imprescindible

No me hagáis ser demasiado explícito ni dar nombres. Leer a Saer después de leer a algunos otros. Como el de ayer. Uf. Grifo con cerveza helada en medio de un desierto en pleno mediodía. Su tratamiento del lenguaje. Su juego de efectos. La precisión de sus párrafos. Solo daré un ejemplo. Una primera frase. Cortazariana, dicen.
"Allá, en cambio, en diciembre, la noche llega rápido"
Decidme si no es una entrada triunfal. De un escritor argentino afincado en París, que se supone que es ese "allá". Con la incógnita del narrador, con ese trazado de distancia. Irrumpiendo, "en cambio", de forma tan abrupta como excitante, perturbando en segundos al lector confiado, al que no pensaba encontrarse eso, nueve palabras magnéticas. Y desde ese momento, el festival en lo formal se mantendrá a esa altura. Con una seguridad insultante, más respetuosa en su superioridad, más aplomo o más convicción que chulería, y no le faltaría motivo a Saer para mostrarse desafiante, porque cuesta encontrar escritores que escriban así.
Cuesta tanto que me resisto a restringirlo a autor de culto o a meterme en esos conatos que he leído por ahí, de enfrentarlo en una competición con Bolaño. Prodigiosos escritores, los dos, respetuosos con la lengua, más procaz en lo erudito el chileno, más cercano el argentino. Coincidentes, también, en tejer obras que son mejor valoradas en su conjunto, por los personajes y los lugares que saltan de una novela a otra. Ambos igualmente fallecidos en edades tempranas, ambos alejados de sus lugares de origen en su madurez como escritores, ambos huyendo de la crueldad (que marcó sus obras cumbre) de las dictaduras y de esos gobiernos militares tan poco amigos de cultura e intelectualidad.

La pesquisa, recomendada con avidez por el activo núcleo saeriano que nos visita de vez en cuando, es una maravilla. Una novela policíaca fascinante que lleva engarzada una narración con misterio, esta narración y este misterio de otro orden. El interior: tres amigos que acuden en lancha (a través de los ríos cuya presencia amenazadora ya jaspeaba Nadie nada nunca) a la casa del fallecido Washington, donde su arisca hija les muestra, En las tiendas griegas, un manuscrito (ellos le llaman dactilograma) firmado, 815 páginas que parecen ir a convertirse en una nueva subtrama, y que suscita la controversia entre Pichón, Tomatis y Soldi, sobre su autoría. Una controversia amable plasmada en diálogos que surcan distintos planos: Pichón ha sufrido la desaparición de su hermano, el Gato Garay (personaje central en Nadie nada nunca) y la novia de éste. Las esperanzas de encontrarlos son nulas, pero ese no es el núcleo de esta novela.
La pesquisa es un laberinto comprensible pues en todo momento mantiene las amarras en sus zonas troncales: la elucubración sobre el autor del manuscrito y la narración criminal que lo abre y lo cierra. Morvan, policía parisino al uso de los más  clásicos y turbios inspectores, vive entregado a su profesión, a la caza de un serial killer que se ha especializado en matar ancianas: más de una veintena, cada vez en un ámbito físico más restringido (un arrondissement parisino), y con una crueldad y minuciosidad escalofriantes en su ejecución. Se ha desplazado una brigada a la zona, se ha montado una oficina y Morvan y Lautret dirigen la investigación. Morvan cuenta con una complicada existencia, donde pesa un episodio particularmente cruel. Su madre abandonó a la familia, un marido comunista y un hijo recién nacido, para irse con un agente de la Gestapo en el país ocupado. 
Al margen de resolver o no esos misterios, La pesquisa es una obra ejemplar en su capacidad de extenderse hacia todos los ámbitos posibles, y en certificar frase a frase su validez para lectura y relectura. Habrá quien reivindique la épica de El entenado, que por lo leído me parece una excursión de Saer fuera de su mundo habitual (aunque aún conservo fresco el recuerdo de sus pasajes de crueldad), como cúspide de la obra de Saer. Pero La pesquisa es modélica. Todo está en su sitio, hasta esos cambios súbitos de escenario y esas digresiones que acaban abarcando hasta el absurdo comportamiento urbano navideño en el mundo capitalista. Saer, y no solo porque Piglia lo apunte en algún artículo o en el texto añadido en la edición de Rayo Verde (mucho ojo al catálogo de Rayo Verde), se mantuvo, desconozco los motivos, a la sombra de autores más renombrados o más elogiados. Pero libros como éste demuestran que merecía estar al frente.
También de Saer en UnLibroAlDía: Cicatrices, Nadie, nada, nunca, El entenadoLa grande

miércoles, 19 de octubre de 2016

Víctor Del Árbol: La víspera de casi todo

Idioma original: español
Año de publicación: 2016
Valoración: se deja leer

Series: "True Detective" o "Twin Peaks". Cadáveres en parajes boscosos, casetas mugrientas. Zonas fronterizas con climas fríos y húmedos. Detectives amargados arrastrando pasados. Puti-clubs. El panorama de tópicos servido en bandeja en unas cuantas páginas iniciales no elude un solo detalle. Aunque se quiera compensar con lenguaje ampuloso, con párrafos rematados con cortas frases lapidarias, La víspera de casi todo es una novela policíaca y un claro representante del perfil del libro presentado a premios literarios, aunque he de decir que yo esperaba más de quienes premiaron a Francisco Casavella.
Esperaba, por ejemplo, no encontrar algún detalle sobrante en prácticamente cada frase o página. Como si el autor se obstinase en entregar "extras". Os acordáis de eso de los "extras". No digáis que vosotros los veíais con la misma fruición. Pues Del Árbol (que tiene un pasado profesional en la policía que la solapa nos recuerda oportunamente) tiene una historia que no está mal, no exijamos originalidad, pero, dentro de lo que es este género policial, tan proclive a montar historias con la combinación de unos cuantos recursos básicos (policías losers, pasados ocultos, serial killers, etc.), la trama puede seducir a cierto nivel.

Germinal Ibarra es un inspector de policía sobre el que pesa la duda: parece que resolvió un caso célebre a base de tomarse la justicia por su mano. Huyendo de ese pasado se ha trasladado con su familia a Galicia. Una familia marcada por la desgracia: su hijo sufre un extraño síndrome incurable que le condena a morir antes de cumplir los 30 años. El caso que marcó a Ibarra (detalles que se van acumulando: nadie le llama por su curioso nombre), el asesinato de una niña por un hombrecillo, parece perseguirle, no solo a él, sino, obviamente, a la atormentada madre, Eva Malher, rica heredera de un conglomerado empresarial, cuyos arquetípicos complementos son un padre autoritario y vengativo, de origen alemán (topicazo), convencido de que el dinero lo compra todo, y Otto, un incauto e hipócrita marido trepa que parece un pelele. Eva también ha emprendido una huida bajo el impacto mediático del crimen, y se ha entregado a excesos de toda índole, y en esa huida ha acabado en una especie de casona para huéspedes en la Costa da Morte de Galicia, donde espera pasar una temporada de tranquilidad a salvo de miradas indiscretas, dedicándose a la fotografía, una de sus aficiones.
Pero ya sabemos lo que pasa en las novelas policíacas con la gente que quiere dejar atrás su pasado. Del Árbol pone en marcha todas las licencias para reubicar a Ibarra y a Eva en un escenario posterior al crimen, tres años más allá. Y las licencias son excesivas. Hasta efecto Godwin y todo hay aquí. Quizás todo podría colar de ser más sencillo, pero no solo el estilo es aparatoso y recargado (permitidme otro símil: Del Árbol es el delantero habilidoso al que siempre le sobra el último regate, en el que le quitan el balón). El lío que organiza con la trama es de narices, incluyendo amoríos increíbles, nuevos crímenes, perturbados, referencias a la Argentina de la ESMA y la guerra de las Malvinas (en una descabellada historia paralela que parece más que inspirada en Estrella distante,  de Bolaño), lo que haga falta, con tal de rodear (quizás la intención sea redondearla) a la historia del empaque artificioso de obra mayor que, cómo no, le queda grande, enorme. Por mucha referencia colada con calzador,  por mucha intención de desviar la historia de su obvio ADN folletinesco, La víspera de casi todo se alarga y se hace pesada y toma caminos tan dispersos como poco creíbles, intentando ocultar sus carencias (todos los personajes parecen expresarse igual, incluido el narrador, cada uno tiene su misterio y esto ya eleva la categoría al despropósito) a base de capas y capas de misterios pretendidamente trascendentes que solo hacen que poner en relevancia que Del Árbol no sabe cómo salirse del lío en que se ha metido. 
Si este es el que ganó el premio, prefiero no especular sobre los demás.

martes, 18 de octubre de 2016

J. M. Coetzee: Vida y época de Michael K.

Idioma original: inglés
Título original: Life and times of Michael K
Año de publicación: 1983
Valoración: Recomendable

Ahora que se acaba de fallar (con la inevitable polémica) el Nobel de literatura, no está mal volver a uno de los Nobel más indiscutibles del siglo XXI: el sudafricano Coetzee, autor de una obra sólida como pocas en la que destacan novelas como Esperando a los bárbaros o Desgracia. Esta Vida y época de Michael K fue una de sus primeras novelas, y le valió el primer Booker Prize de su carrera. Personalmente, me parece inferior a Esperando a los bárbaros, que había sido su novela anterior, pero en cualquier caso no se puede decir que sea un premio mal atribuido.

Vida y época de Michael K habla de los temas recurrentes de Coetzee: la violencia de su Sudáfrica natal, la lucha por la supervivencia, el conflicto entre el individuo y un poder autoritario, el sentido de la vida humana en medio de la miseria y la guerra... (Curiosamente, para una novela sudafricana escrita y situada en los tiempos de Apartheid, la cuestión racial ocupa un apartado mínimo: solo en una nota de pasada nos enteramos de que el protagonista es un colored male, y del resto de personajes ni siquiera eso. ¿Problemas de (auto)censura?)

Todos estos temas se encarnan en este caso en Michael K, un hombre que nace con un defecto físico (un labio leporino que le dificulta la comunicación), y que vive una vida de aislamiento, reclusión, hambre y persecuciones en el contexto de la guerra fronteriza de Sudáfrica. Cuando su madre enferma y se queda prácticamente inválida, Michael decide cargar con ella en un carro y sacarla de Ciudad del Cabo y llevarla a la tierra de sus antepasados. Tras su muerte, Michael se queda completamente solo en el mundo, e intenta llevar una vida simple viviendo de lo que consigue arrancar de la tierra, algo que no permiten los guerrilleros ocultos en la zona, ni el ejército o la policía, empeñados en criminalizar a Michael y obligarlo a internarse en campos de rehabilitación.

El nombre del personaje, y varios pasajes de la novela (especialmente un diálogo entre Michael y el guardia que protege una puerta) hacen pensar inevitablemente en las novelas de Kafka: Michael, arquetipo del individuo inocente, se enfrenta a un sistema incomprensible e inhumano que lucha por controlarlo, etiquetarlo y ordenar su vida hasta en los aspectos más íntimos. Así, su relación con el poder se convierte en una ejemplificación de lo que Michael Foucault llamó "biopolítica", es decir, el control que el poder ejerce sobre los cuerpos de los individuos, algo que se manifiesta de forma obvia en el capítulo en que los médicos del campo de internamiento insisten en alimentar a Michael, en contra de sus propios deseos.

Creo que a este referente literario y filosófico esencial se pueden añadir todavía algunos otros: el título y la estructura de la novela remiten a la tradición picaresca (que quizás Coetzee conozca directamente, o a través de sus derivados anglosajones): Michael, aunque no tenga muchos amos, es el prototipo del hombre mísero y errante que lucha por su mera supervivencia. Y es también El extranjero, que recorre la vida sin comprenderla y que tiene solo una percepción instintiva, casi animal, de sus necesidades e impulsos. (La relación del Michael con su madre y su muerte son paralelos bastante próximos a la novela de Camus).

A partir de estas líneas y referencias, y con el contexto histórico (aunque vago) de la historia de Sudáfrica, Coetzee construye una novela opresiva, dura como casi todas las suyas, desesperanzada durante casi todas sus páginas (hasta un brevísimo tercer acto que casi parece un epílogo), en la que la solidaridad humana parece casi imposible, o desencaminada, y en la que la soledad y la exclusión de la sociedad parecen ser el objetivo deseable.

Aun siendo una novela intensa e interesante (todas las de Coetzee lo son), me parece inferior a otras suyas. En primer lugar, porque la historia tiene pocos matices y es una consecución de desgracias y desastres que caen sobre Michael como si fuese un Job moderno. Por otra parte, la segunda parte de la novela (situada casi al final) en la que cambia la perspectiva y el narrador, parece un subterfugio técnico, poco justificado narrativamente, para poder explorar y expandir las ideas filosóficas del libro, a través de un personaje manejado por Coetzee para hacer explícitos los temas de la novela. Una distribución diferente de los tiempos de la novela quizás podrían haber ayudado a evitar esa sensación, pero en todo caso, quién soy yo para criticar a un premio Nobel.

Otras obras de J. M. Coetzee en Un Libro al Día: El maestro de PetersburgoElizabeth CostelloLa edad de hierroDesgraciaVeranoHombre lentoDiario de un mal añoEsperando a los bárbaros, Foe

lunes, 17 de octubre de 2016

Aleksandr I. Kuprin: La estrella de Salomón

Idioma original: Ruso
Título original: Svezdá Solomona
Traducción: Alberto Pérez Vivas
Año de publicación: 1917
Valoración: Entretenido

Si a la mayoría de nosotros nos dicen "Rusia, 1917", inmediatamente lo asociaremos a la Revolución, Nicolás II, Kerenski, Lenin, Trotski, el palacio de invierno, el soviet de Petrogrado... Pero resulta que en Rusia, en 1917, también se escribían libros como el que traemos hoy, que perfectamente podría ser el guión de una película de la mítica productora británica Hammer Productions, aquella para la que tanto trabajaron actores como Christopher Lee o Peter Cushing.

Y me explico. Nos encontramos en el libro con Ivan Stepánovich Sviet, un modesto funcionario en el Juzgado de Menores Huérfanos. Es Tsviet un hombre de caracter afable, meticuloso en su trabajo, siempre dispuesto a ayudar, etc. Vamos, un sol.

El caso es que Tsviet hereda de forma sorprendente, a través de un agente de comercio llamado MEFodi ISaievich TOFFEL (¿no os tiemblan ya las piernas?), una mansión, con su terreno incluido. La mansión, como es de suponer, está en un deplorable estado de conservación y despierta en los campesinos del lugar un miedo cerval.

El bueno de Sviet se presenta en sus nuevas posesiones y encuentra instrumentos de alquimia, dibujos y, sobre todo, un libro de siglo XVIII escrito en su mayor parte en clave y de forma alegórica. Un libro con extrañas recetas, complejos dibujos, fórmulas químicas y la representación de la estrella se Salomón que da nombre al libro, acompañada de siete nombres de demonios de la antigüedad (¡no vais a poder dormir!).

El caso es que Sviet comienza a tener una suerte tremenda. Todo lo que quiere lo consigue. Todo. Y claro, Tsviet literalmente "se viene arriba". Un deseo cumplido le obliga a nuevos deseos, entrando en una dinámica "peligrosa".

Y aquí, irremediablemente y salvando las distancias, se nos vienen a la cabeza dos nombres: Goethe y Fausto. Aunque en el caso de Goethe es el ser humano el que invoca al diablo y en el de Kuprin es el diablo el que directamente "contacta" con el pobre Tsviet, las similitudes son evidentes. En ambos casos se plantea la siguiente cuestión: "¿Qué ocurriría al ser humano si pudiese tener todo lo que desea?". 

Buena pregunta con infinidad de respuestas posibles. Alguna de ellas se ofrecen en este "La estrella de Salomón", curioso libro ruso (¿soviético?) de ciencia ficción con mensaje y moraleja incluida que, sin ser "alta literatura", sirve perfectamente para pasar tres horas de lo más entretenidas. 

E insisto. Me extraña que, con estos mimbres, no haya versión cinematográfica del libro. Imagino que la habría si el autor hubiese sido británico o estadounidense.



domingo, 16 de octubre de 2016

Jack Thorne, John Tiffany & J. K. Rowling: Harry Potter y el legado maldito

Idioma original: inglés
Título original: Harry Potter and the Cursed Child
Año de publicación: 2016
Traducción: Gemma Rovira Ortega
Valoración: imprescindible para potterheads, claro. Para el resto de muggles... que lean antes toda la saga.

Atención, potterheads del mundo, aviso importante: por si no lo sabéis ya (que supongo que sí), ésta no es la octava novela de la serie Harry Potter, escrita por J. K. Rowling. Repito: no es una novela de Harry Potter. O puede que no lo sea, pero sí. O viceversa... Veamos: para empezar, no es una novela, sino una obra de teatro que está siendo representada en Londres desde este verano. Pero, para qué engañarnos, puede ser leída como una novela... Punto dos: no está escrita por J. K. Rowling, aunque sí es de ella la idea original y parece que ha participado activamente en el proceso de creación. Por último, aunque los protagonistas de la historia son en realidad Albus Severus Potter, segundo hijo de Harry y Ginny  -al que sin duda conocen ya los seguidores de la serie, por el epílogo de la misma- y su amigo Scorpius, hijo de Draco Malfoy (¿en esa familia no sabían poner nombres normales?), lo cierto es que también aparece, y mucho, el mismo Harry, así como Ron, Hermione, Ginny y Draco, todos con unos años y es de suponer que unos kilitos más (sólo falta por aparecer, maldición, el gran Neville Longbottom, el verdadero héroe de toda la saga). Así que, si lo pensamos bien y con cierta apertura de miras, va a resultar que sí, sea novela o no, sí que es el octavo libro de Harry Potter... ¡Albricias!

La historia, de hecho, comienza exactamente donde acababa la última novela: en el andén 9 y 3/4 la estación de King Cross, cuando Harry y Ginny acuden para despedir a sus hijos, especialmente a Albus, que va a pasar su primer curso en Hogwarts. A diferencia de su hermano James, Albus es un chaval más retraído e inseguro y temeroso de lo que se puede encontrar en el colegio. Para más complicación, se hace amigo enseguida justamente del niño que, en principio, menos parece convenirle y según pasan los años, la relación con su padre se va volviendo cada vez más complicada. Como era de esperar, acaba metiéndose en follones con resultados inesperados e incontrolables (como es típico con los adolescentes, claro, pero con la diferencia de que los muggles díscolos se pueden emborrachar, pelear o fumar porros y los jóvenes magos, además de todo eso, liarla parda con sus poderes). En realidad, más que las propias aventuras que viven los personajes de la historia, el verdadero tema de la misma es lo espinosa que puede ser la relación paterno-filial, tanto por un lado como por el otro: la dificultad de acertar en lo de ser padre (algo que no se enseña en ninguna escuela de magia) y la no menos complicada carga de ser un hijo que hereda buena parte de las circunstancias, tribulaciones y hasta desgarros de tus progenitores. También trata de la imposibilidad o incluso inconveniencia de arreglar los errores del pasado; la necesidad de asumirlos, por dolorosos que sean, como una parte de nosotros mismos.

Pero no nos pongamos solemnes; lo importante aquí es la cantidad de disfrute que nos puede proporcionar este libro gracias al reencuentro con unos personajes muy queridos para tantos lectores y la continuación de sus aventuras en un mundo mágico, aunque tsmbién ominoso, que discurre en paralelo a nuestro infinitamente más pedestre mundo muggle. Pese a no tratarse de una novela, la lectura se hace de lo más amena y desenvuelta, debido a estar compuesta de multitud de escenas cortas y, como es lógico, a base de diálogos. Por cierto, he de reconocer que no soy un gran conocedor de las limitaciones o características del arte dramático (de hecho, ésta es mi primera reseña de una obra de teatro, lo que no deja de resultarme curioso), pero sospecho que tiene que haber resultado complicado llevar a las tablas una obra con tantas escenas, que se desarrollan en muchas ambientaciones diferentes. Casi se diría que se ha escrito pensando ya en el guión de una película que, sin duda, antes o después se realizará...

Da lo mismo; en cualquier caso, este libro, esta obra de teatro, no deja de ser ante todo una nueva fuente de deleite, una causa de enorme placer para los innumerables potterheads -y no potterheads, caramba, con un poco de buena voluntad- repartidos por el mundo. Y prestos a disfrutar de nuevo con las aventuras y desventuras de sus magos favoritos. Aunque, para ser sinceros... ¿hay otros que se les puedan comparar? ; )

Otros libros de J.K. Rowling reseñados en ULAD: Heptalogía de Harry Potter, Animales fantásticos y dónde encontrarlos

sábado, 15 de octubre de 2016

Virginie Despentes: Vernon Subutex 1

Idioma original: francés
Título original: Vernon Subutex 1
Año de publicación: 2015
Traducción: Noemí Sobregues
Valoración: está bien

Hoy me dirijo a los redactores de los fajines. Concretamente al subconjunto dedicado a los libros franceses escritos por autores contemporáneos: cuidado con las menciones. Sobre todo de según qué autores sagrados. Porque a veces acudir a ese recurso necesario, la comparación. la referencia, supone un lastre para una novela. Un engorro o un inconveniente, una corriente contra la que remontar. Y 337 páginas son muchas, más cuando la de Despentes es una novela que tarda muy poco en mostrar sus bazas, que son básicamente cuatro. Crisis. Sexo. Drogas. Rock'n'roll. 
Ah. Os suenan las tres últimas. Y la primera. Oh la primera. Novelas de la crisis están saliendo y van a salir, y a medida que la crisis (uh, siento estar mencionándola tanto) se alargue, cuando la gente se dé cuenta de que no es una situación excepcional sino una nueva realidad, puede que llegue un día en que todas las novelas que se publiquen sean en la o sobre la... ya sabéis.
Planteamiento: Vernon Subutex, protagonista absoluto, afronta uno de esos momentos definitorios de la existencia. Ha tenido que cerrar su tienda de discos y desde entonces su vida ha ido hundiéndose. Alex Bleach, estrella de la música a la que le une suficiente amistad para que éste haya decidido costear el alquiler de su piso, acaba de morir, de una sobredosis. Bleach vivía de las rentas de su carrera musical, pero ya estaba en plena curva descendente también: últimamente dejó de componer y andaba hablando de no sé qué ondas: paranoias de creador. Y su muerte es un punto más en el declive de Subutex. Otros han ayudado: funcionarios capaces de esbozar una sonrisa de complicidad mientras redactan escritos que harán que pierda subsidios. La maquinaria administrativa no quiere nada con un cincuentón de buen ver que acumula experiencias vitales pero que ya no tiene emplazamiento en una sociedad corroída y competitiva. Las etapas se suceden de forma inexorable, y la próxima será el desahucio. Subutex activará sus amistades en redes sociales y, más o menos, se lo montará: va recibiendo invitaciones para pernoctar en casas de amigas y parece seguir adelante. Cuenta, piensa (fantasea) con una baza secreta: entre sus pertenencias hay unas cintas donde Bleach hace una serie de confesiones. Piensa que eso puede representar un salvavidas. Se equivoca. Las amistades van desfilando, pero Subutex cada vez está peor, en una situación más precaria. 
Despentes: escritora de estilo directo y procaz, sin contemplaciones para regodearse en la obscenidad si ello es necesario, o cuando sea. Fille terrible que intercala constantes referencias a la cultura contemporánea: discos (lógicamente, muchos), numeritos sexuales extraídos del porno on-line (unos cuantos) películas y libros (no tantos), deslenguada y desinhibida como corresponde al perfil urbano parisien: una auténtica esponja de influencias a la que no se le puede recriminar que no sea capaz de ponerse en la piel de su protagonista. El problema (y recordad el "1" al lado del título) es que Despentes se pasa el libro telegrafiando sus intenciones: cada escena parece anunciarse en la anterior. No digo que no pueda disfrutarse, pero en una novela de este tipo, basada en el exceso, el efecto sorpresa es bienvenido. Así que Despentes se queda demasiado a menudo en territorios ya muy conocidos: Auster, Welsh, Hornby, Palahniuk, Easton Ellis han estado ahí, hace décadas.
Despojada de todas esas circunstancias contemporáneas y coyunturales, la de Vernon Subutex es una sencilla historia de mala suerte, de decadencia empujada por las circunstancias y por lo injusto que es el mundo y bla bla bla. Y Subutex a veces parece el anti-héroe simpático al que todos acogeríamos y a veces un remedo del Lazarillo. Y esa desnudez deja una carcasa demasiado liviana: alguna reflexión sobre el conservadurismo de la juventud, sobre la compleja nueva realidad social y política de Francia, sobre el devastado panorama cultural, y poco más, aderezan una novela simplemente correcta que tanto puede entusiasmar a los acólitos de la resabida trilogía (sex'n'drugs'n'rock'n'roll, Ian Dury dixit) como repeler a los demás.

También de Virginie Despentes en ULAD: Teoría King Kong, Vernon Subutex 2