sábado, 24 de octubre de 2015

Gesualdo Bufalino: Tommaso y el fotógrafo ciego

Idioma original: italiano
Título original: Tommaso e il fotografo cieco ovvero Il Patacrac
Año de publicación: 1996
Traducción: Joaquín Jordá
Valoración: está bien

¿Recuerdan ustedes -quienes nos lean desde españa seguro que sí; a los demás, ahora les explico- aquella serie de televisión de hace unos años, llamada Aquí no hay quien viva, que trataba de las aventuras y desventuras de los vecinos de un mismo inmueble? Salía un personaje llamado Emilio, el portero del edificio, que popularizó una expresión que se hizo célebre, lo de "un poquito de por favor"... 

¿Recuerdan también, supongo, a esa especie de detective chiflado y sin nombre creado por el escritor Eduardo Mendoza, protagonista de varias de sus novelas?

¿Y conocen algunos de ustedes -espero que pocos- aquella infumable novela titulada Lo mejor que le puede pasar a un cruasán, también de gran éxito hace unos años? El protagonista era un tipo que había decidido vivir como un ermitaño hedonista y jeta en un piso del centro de Barcelona (ayudaba el que su padre fuera millonario, claro), hasta que se veía envuelto en una misteriosa trama...

Bueno, ¿y a qué vienen este batiburrillo de alusiones, en vez de hablarnos del libro de Bufalino?, se preguntará más de uno de ustedes, con toda razón; el motivo es muy sencillo: lo que ocurre es que no tengo mucha idea de por dónde enfocar la reseña de esta novela, que me tiene un tanto despistado. Así que trato de explicarme por referencias, por peregrinas que parezcan...

Verán: resulta que el protagonista de la novela es un tal Tommaso Mulè, portero y encargado del mantenimiento de una torre de apartamentos en la periferia romana, conocida por el curiosos nombre de "Flower City". Tommaso, antiguo periodista, trabaja y vive allí, en condiciones no demasiado boyantes, buscando apartarse del mundanal ruido, a cuentas de una crisis existencial (?). Claro que el mundanal ruido lo tiene justo encima de su cabeza -él habita en el semisótano-, en forma de vecindario variopinto y hasta excéntrico, al que él no sólo no evita, como podríamos suponer, sino que frecuenta con un ánimo de lo más dicharachero, me parece a mí. Entre ellos se encuentra su mejor amigo, el ciego Tireisas -así le llama Tommaso-, fotógrafo de profesión que, merced a su ceguera, precisamente, se gana la vida haciendo retratos de boudoir (o sea, en plan picantón) a señoras burguesas casadas. Este fotógrafo se ve envuelto en un asunto turbio que afecta a influyentes personajes de la República Italiana y aquí es donde el amigo Tommaso se ve obligado a ejercer de investigador algo sui géneris, recordando, ya digo, (¿ven como todo tenía su explicación?) a aquel otro personaje de Eduardo Mendoza. En fin, que por ahí van los tiros...

El recurso a la coralidad de las casas de vecinos suele dar muy buen resultado tanto en la literatura como en el cine e incluso, como ya he mencionado, la televisión: ahí  tenemos la celebrada La vida, instrucciones de uso de Perec o la reciente La vida de las paredes, de Sara Morante, por poner un par de ejemplos. pero Bufalino lo malgasta, creo yo, obviando el mayor juego que podrían haberle dado algunos de los personajes. Tampoco aprovecha a fondo -y perdón por si alguien considera esto un SPOILER- las posibilidades de la trama detectivesca, que podría haber resultado bien jugosa; buena parte de la extensión de la novela se dedica, en cambio, a los interminables monólogos interiores, repletos de los pensamientos, elucubraciones y manías del portero del edificio (es verdad que la narración es en primera persona, pero aún así...) quien, por simpático que nos pueda resultar como personaje, acaba siendo bastante cargante, No sé si la excesiva verborrea se debe a que esta novela, la última escrita por Bufalino, se publicó de forma póstuma y no pudo recibir una corrección final por parte de su autor (no tengo ni idea, en verdad: es simple especulación).

En suma, que la novela me tiene más bien despistado, repito: por un lado, es indudable la calidad de la prosa de Bufalino y no digamos ya su evidente entusiasmo por por las virtudes -incluso terapéuticas- de la práctica literaria. Por otra parte, creo que la historia resultante está algo desequilibrada y desaprovechada, y algo parecido ocurre con los personajes, que podrían haber dado bastante  más de sí, en algunos casos; al final el protagonismo del narrador se lo come todo.
Un último apunte: el título completo del libro es Tommaso y el fotógrafo ciego o El catacroc (Il Patacrac en italiano). Existe una razón para este doble título, pero para entenderlo, hay que leer entera la novela. Para quien guste...

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