miércoles, 2 de diciembre de 2009

Luis Landero: Juegos de la edad tardía

Idioma original: español
Año de publicación: 1989
Valoración: Imprescindible

Soñar es gratuito. ¿Seguro? Puede que no siempre, puede que algunas veces haya que pagar por ello. Sobre todo, si en nuestros delirios resulta involucrado alguien más. ¿Es en la realidad o en la evasión dónde queremos vivir? Ésta es una novela sobre ambiciones frustradas y, por tanto, una reflexión sobre la vida. También es la historia de una amistad a distancia basada en una quimera. Para hablar de la inocencia, de la admiración incondicional se pone en escena un duelo de personalidades, para nada excelsas, al contrario, perfectamente anodinas, representado con vigor, con honestidad, en el que, a menudo, nos reconocemos a nosotros mismos y que nos arranca fácilmente una sonrisa.

Así como Landero no es complaciente consigo mismo, no se facilita las cosas, tampoco lo es con sus lectores – ya que no nos cuenta fantasías amables sino la realidad con sus luces y sombras – ni con sus personajes pues en el retrato que hace del ser humano no salimos muy favorecidos. Pero no hay ningún juicio condenatorio, al revés, la comprensión y afecto que siente por sus personajes se trasluce en todo momento.

Como el verdadero meollo de la acción – que no empieza hasta después de la página 80 – desarrolla una dilatadísima mentira, el lector se ve implicado en el juego e, igual que si presenciase una apasionante partida de ajedrez, se divierte, toma partido, teme por la suerte de los personajes, imagina lo que haría si estuviera en su lugar, de forma que la tensión se mantiene hasta el último momento. En el fondo, y aunque nos tememos que no es posible que así sea, nos gustaría que ese maravilloso castillo de naipes nunca se derrumbase, que permaneciese en pie para siempre.

Al estar escrita por un profesor español de literatura, si nos da por buscar influencias, no es difícil encontrar en los dos personajes centrales un trasunto de D. Quijote y Sancho. Y, de una forma no literal, también hay molinos, gigantes, dulcineas y todo tipo de situaciones rocambolescas y de aventuras sin cuento, más mentales que reales, eso sí. Y, también en este caso, gracias a su fuerte enraizamiento, rezuma universalidad.

Se trata de un largo diálogo de 300 páginas (en las que, mientras parece no ocurrir nada, se nos habla de nuestra propia esencia) interrumpido por otros diálogos secundarios. En cierto modo, es una historia de historias ya que encierra miles de anécdotas dentro de su – aparentemente – sencillo argumento.

Bien escrita, mejor desarrollada, con unos diálogos antológicos y unos personajes tan de carne y hueso como los que nos podemos encontrar por la calle, ésta es la excelente primera novela (y, con la que acaba de salir, van seis) de un gran autor que, ya en la cuarentena, inició su carrera literaria.

En resumen, un libro divertido a ratos, melancólico siempre, lleno de sabiduría de vida, con multitud de guiños al lector e impregnado de una suave ironía que en ocasiones intensifica y en otras difumina hasta casi borrarla, que os hará pasar muy buenos ratos sin que tengáis que moveros de la silla ni siquiera mentalmente.

También de Luis Landero en ULAD: Retrato de un hombre inmaduro

5 comentarios:

Santi dijo...

Gracias por la reseña, Montuenga. Este es uno de esos libros que tengo en la lista de "pendientes", pero que me da una pereza terrible. Y mira que me han hablado muy bien de él, pero nunca me he animado a empezarlo. A ver si esta vez sí...

Ian Grecco dijo...

Uno de mis profesores de teatro fue alumno de Landero en la RESAD, y se deshacía en elogios hacia él...No dejaba de recomendarnos que leyéramos este libro. Habrá que hacerlo...

Montuenga dijo...

Sinceramente, creo que merece la pena. Lo leí hace bastantes años y creo que es de los pocos que dejan huella. Aunque reconozco que no es un libro que guste a todo el mundo. Cuando lo leáis, decidme.

bernik dijo...

Lo disfruté tanto... Hace ya muchos años. Qué pena ver cómo algunos escritores con talento se pierden en la mediocridad.

Montuenga dijo...

Es una pena pero así es.